✦ . ⁺ Capítulo IV ⁺ . ✦
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El príncipe se encontraba observando a Lluvia desde hacía un buen rato.
Le parecía que los rizos le lucían mucho más hermosos cuando eran atravesados por los rayos solares. Estaba absolutamente absorto en su belleza, aunque la tuviera al alcance todos los días.
—¿Esas flores son reales? —preguntó, finalmente, bajando su libro, aunque no lo estuviera leyendo.
—Por supuesto que sí —comentó ella con tranquilidad, mientras las rociaba con un poco de agua.
—No me parece. Se supone que las flores se marchitan, estas se ven cada día más vivas.
Lluvia admiró el jardín de su castillo, que se extendía precioso y rebosante de colores. La primavera ya había llegado, así que se pintaba el paisaje de colores, de aromas, así como las rosas que acomodaba en ese preciso instante.
—Es verdad, se ven más vivas cada día... pero es porque las procuro con mucho amor.
El príncipe sonrió, porque sabía que era cierto, y como había estado pasando en esos meses juntos, ambos sabían que no estaban hablando de las rosas.
Un cielo que pintaba de gris, ahora se encontraba adornado de preciosos colores. Un poco de turquesa, violeta, los brillos y los cantos de las aves. Era, como ya se había mencionado, la primavera que envolvía.
Había llegado con tanta fuerza que cubrió los campos, los corazones, envolvió hasta al cielo. Se llevó el invierno, el otoño y ahora brillaba en el cabello de Lluvia, brillaba también en la mirada del príncipe que ahora se disponía a servirle un poco de té a la princesa.
—¿Recuerdas lo que me dijiste el día que nos conocimos? —preguntó la princesa mientras recibía la taza adornada con una bonita flor.
—Sobre florecer en el tiempo perfecto.
Lluvia sonrió mientras se deleitaba con el delicioso té.
—Pensaba en que todos somos como un jardín.
—Interesante —comentó Bruno sentándose junto a ella para escucharla.
—No solo florecemos en el tiempo correcto, creo que nos marchitamos también cuando es tiempo. Y, a pesar de que las hojas secas llenen todo, llegará la primavera, cada semilla plantada tendrá su hora de crecer.
El príncipe sonrió y asintió mientras sorbía un poco de su propia taza.
—Mi querida Lluvia, creo que mi jardín estaba marchito cuando te conocí. Y creo que todos los que hemos contemplado ante nuestros ojos, cada hoja crujiendo en el corazón, tenemos la impresión de que ese jardín siempre permanecerá muerto.
—Yo también lo sentía así, mi querido Bruno. Y pienso que el miedo de ver un brote marchitarse, es lo que nos detiene de limpiar la mala hierba, las hojas secas y creer en las semillas que están ahí, esperando a que las rieguen.
Ambos sorbieron de su té dirigiendo su mirada a la ventana. Esta vez estaba abierta, porque los aromas y el clima lo ameritaban. Los corazones estaban repletos de rosas, de bugambilias, de brotes y enredaderas. De muchas palabras de amor, de muchos planes calmos, como ellos mismos.
Una vez tuvieron miedo de volver a sentir. Tenían miedo de que el otoño y el invierno fueran para siempre. Pero para suerte de las rosas, de ellos, y de nosotros... eso jamás pasa.
Ambos lograron que sus jardines volvieran a la vida. En el tiempo correcto, con la persona correcta.
Al final todos florecemos en el tiempo perfecto.
Y tú, también florecerás.
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